Frente a los que piensan que «lograr» que haya un ordenador en cada aula del país es una especie de conquista de la civilización similar al calendario de vacunación o la alfabetización universal, opino que la presencia de los ordenadores en los colegios e institutos debería retrasarse lo más posible. Si les soy sincero, en mi opinión los ordenadores no deberían usarse en el aula nunca.
¿Por qué?
Primero. Porque los niños no necesitan «aprender» a usar un ordenador. Los niños ya saben usar un ordenador, incluso los que no lo han usado nunca. En realidad, lo único que resulta verdaderamente difícil para usar un ordenador a nivel de usuario es escribir a máquina. Por lo demás, para saber usar un ordenador no hay nada que «aprender». Basta con tener dedos en las manos, no tener Parkinson y poder mover el dedo índice de arriba abajo.
Segundo. Porque los ordenadores no son «instrumentos de aprendizaje», por mucho que a algunos les guste pensar que lo son o que pueden serlo. El verdadero aprendizaje es el que se hace de forma oral y proviene de un maestro en una disciplina, sea la historia, el latín, la fisiología o las leyes, y los principales instrumentos de ayuda para este aprendizaje son los libros, siempre han sido los libros y siempre serán los libros. Los libros y las publicaciones periódicas de prestigio, claro está.
Madurez intelectual. Internet (que es, metonímicamente, de lo que estamos hablando realmente al referirnos a los «ordenadores») es, desde el punto de vista académico, una herramienta que nos facilita las cosas porque nos proporciona inmensas cantidades de información de forma instantánea. Pero esa información sólo es útil para aquellos que han alcanzado una madurez intelectual y poseen una formación previa. En ningún caso puede sustituir a las verdaderas fuentes de información que, insistimos, son los libros y las publicaciones periódicas prestigiosas.
Todos sabemos que uno puede fingir que es un experto en cualquier tema con sólo una hora de googlizar. Pero fingir un conocimiento no es lo mismo que poseerlo.
Tercero. Los ordenadores presentan el conocimiento, de forma fragmentaria y arbitraria, bajo la apariencia de trozos iluminados, frecuentemente acompañados de brillantes imágenes, por los que es posible transitar en cualquier dirección. Esta supuesta «libertad» de Internet es una mera apariencia, pero se presta a todo tipo de discursos estupendos donde se defiende la posibilidad de que cada uno cree su propio itinerario «personalizado» o se cantan las alabanzas del pensamiento «no lineal».
Un cierto orden. Pero todo esto no es más que basura. El conocimiento ha de ser «lineal» en el sentido de que para aprender cualquier cosa es necesario seguir un cierto orden y pasar por unas ciertas etapas, del mismo modo que leer una novela quiere decir leerla desde la primera página hasta la última y tal lectura no puede sustituirse por el chapoteo desordenado por una serie de pasajes «destacados» o «significativos». Nuestra vida es lineal porque sucede en el tiempo. La historia es lineal, porque lo que pasó después depende de lo que pasó antes. Es cierto que la vida de la imaginación, la del inconsciente, la de los sueños, no es lineal, pero a los defensores del arte de ratonear no les interesa la imaginación, ni el inconsciente, ni los sueños, y no están hablando de eso.
Muchas veces sucede que cuando creemos estar más allá de algo estamos, en realidad, más acá. En los años sesenta creíamos que una pastilla era algo más moderno que una manzana y que en el año 2007 ya no comeríamos manzanas, sino pastillas. Ahora estamos en el año 2007 y vemos que si hay algo más moderno que una simple manzana, no es precisamene una pastilla, sino una manzana de cultivo ecológico. Es decir, que lo más moderno resulta ser una manzana más antigua.
En las universidades americanas ya no se pide que se hagan trabajos sobre temas, que pueden fabricarse fácilmente picoteando aquí y allá en Internet, sino trabajos dedicados a un solo libro. De este modo, el profesor se asegura de que los alumnos lean, al menos, un libro. Uno solo, pero leído de verdad.
Sucede, pues, con el conocimiento como con los cultivos, y con los libros como con las manzanas.
Andrés Ibáñez, en ABCD del 15 de diciembre de 2007.
Este artículo y el anterior (en el orden de entradas del blog), casualmente coincidentes en el tiempo, creo que aportan una visión sensata de las cosas: frente a tanto papanatismo "vanguardista", se deben de centrar en su justa medida las cuestiones, y si desde luego las nuevas tecnologías y su aplicación a la educación deben estar presentes en la escuela, no hay que perder de vista que la misión de ésta, y lo podemos extender a la Universidad, es la de dotar de herramientas de pensamiento a los alumnos. Y el ordenador, aún, no piensa. JV.
1 comentario:
Leí este artículo en el autobús y casi me pongo a aplaudir. Una opinión tan valiente y poco popular como la de que los ordenadores no deberían estar en las aulas, es lo que la educación actual necesita para reflexionar un poco y dejarse de tanta absurda adoración por las pantallas. La diaria observación de los chavales, de cómo se expresan, de cómo escriben, de los recursos que tienen para discurrir, todo, nos lleva a pensar que se ha perdido un tiempo muy valioso colocándolos delante de unos aparatos "tontos" que en cualquier caso aprenderán a manejar mejor que nosotros, los que ahora rondamos los cuarenta, y se ha descuidado su formación lectora, su riqueza de vocabulario, de expresión, y con ello se ha anquilosado el desarrollo lógico de su pensamiento.
Trabajo en una biblioteca y he comprobado que el principal problema para utilizar INTERNET con competencia es, precisamente, la falta de cultura general, (sin entrar en lo mal que simplemente se teclea, por no tener habilidad mecanográfica, y ahí tiene toda la razón el artículo). La inmensa cantidad de información que proporciona en un segundo no es asimilada por quien no está acostumbrado a leer; se desorientan entre entradas inútiles, publicidad, anécdotas y cosas sustanciales. Están inmovilizados por unos padres que les resuelven las busquedas, les hacen los trabajos, van a la biblioteca a por lo que necesitan pero no se les ocurre decirles que lean, que lean algo de pé a pá, entero, comprendiéndolo. Que los hijos hagan los trabajos, aunque los primeros les salgan mal, o pobres; que redacten las tareas, aunque suponga un bajón en principio en las calificaciones. ¡Ay, ese temor tan absurdo al suspenso! Con tal de que no suspendan, no aprenden. Se quejan los padres de que les hacen leer La Celestina ¡en castellano antiguo! ¿Y qué problema tiene ese libro para que un muchachote de catorce o dieciséis añazos no lo entienda? Muchas palabras se "sacan" por el contexto; otras, por diccionarios, y si me apuran, en cualquier caso no es necesario entender el 100% del vocabulario para disfrutarlo y comprender la obra. He comprobado como los estudiantes se "bloquean" en cuanto no entienden algo; no pasan a lo siguiente, no discurren por el contexto, no se hacen una idea de conjunto. No saben leer bien y con provecho, ni con disfrute, pero para ello es necesario lo primero. Esto genera mucha frustración y si pensamos que los chavales utilizan el ordenador para buscar información estamos muy equivocados; lo harán en momentos muy puntuales, cuando necesitan entregar esos paupérrimos trbajos de "corta y pega", pero la mayor parte del tiempo, y para lo que lo utilizan mayoritariamente en la biblioteca (inversión de dinero público mediante) es para chats disléxicos, porno, engaños comerciales varios y visionados de vídeos de bromas más o menos brutales.
Luego se extraña la gente de que haya violencia; una de las cosas qué más violencia y frustración genera en el ser humano (hay interesantísimos estudios psiquiátricos recientes en este campo) es la incapacidad de expresarse, de verbalizar lo que a uno le sucede; de poderlo "sacar fuera" de una manera racional, que haya pasado el filtro del cerebro. Desde luego no será la única fuente de agresividad, pero hay que tenerla muy en cuenta en toda terapia, en todo trato con adolescentes, en prisiones, en la educación del niño día a día, por pequeño que sea. La lectura es una de las fuentes, junto con la buena conversación y la escucha de quienes más saben, de ese vocabulario, de esas bases para la expresión acertada, liberadora, relajante incluso.
Hace poco un autor local y profesor de instituto decía en la prensa "...cada vez que les suelto la tríada de las lecturas obligatorias a mis alumnos sé que les estoy asestando un golpe más al sentido común, a la libertad de conciencia”; así nos luce el pelo si los profesores sienten esa incomodidad por hacer leer a sus alumnos. Claro que a la mayoría no les gustará hacerlo (ojalá les gustase), pero tampoco se les pregunta si les gustan las ecuaciones o la época del románico; son cosas que han de aprender; es su formación. Y parece que todos estamos claudicando ante las dificultades.
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