miércoles, 19 de noviembre de 2008
la farmacia de platón : siete
7.
El siguiente paso de Derrida nos lleva al centro a mi modo de ver del texto. Y es que (p.162), ¿no es también el esfuerzo de los sofistas el de ejercitar la me-moria? Platón, dice Derrida, se apropiará de esta aseveración para, como siem-pre, darle la vuelta. “Habrá —dice Derrida— que reconocer minuciosamente el paso de la frontera”. Y en esas estamos, porque es el paso en que, como antes ya se apuntaba, se integra la cuestión de la escritura en la filosofía platónica: el problema al que apunta Platón no es al de la sustitución de la escritura por la memoria, sino al de “la sustitución de la memoria viva por el resumen ayuda-memoria, del órgano por la prótesis”.
El límite entre interior y exterior no separa tanto al habla de la escritura como a la memoria como desvelamiento, por lo tanto memoria de verdad de la re-memoración (y lo escribe Derrida con guión) como repetición del monumen-to: es decir, la verdad y su signo. “El exterior no comienza entonces en la jun-tura entre lo físico y lo psíquico, sino en el punto en que la mneme, en lugar de estar presente en sí en su vida, como movimiento a la verdad, se deja suplantar por el archivo, se deja expulsar por un signo de re-memoración y de con-memoración”. El espacio de la escritura se abre de esta manera en la diferencia entre mneme e hipomnesis, “El exterior está ya en el trabajo de la memoria” (p.163). La memoria sin embargo tiene un límite, y es en este límite donde apa-rece la contaminación con la hipomnesis, donde el efecto perverso del fármaco comienza a operar: por mucho que Platón lo intente, la memoria siempre se contamina del exterior, siempre necesita signos “para acordarse de lo no pre-sente con lo que necesariamente tiene relación.”
Aparece aquí la lógica del suplemento, de esa hipomnesis que aun pareciendo lo opuesto a la memoria sin embargo es necesitada por ésta dado que tiene, desde el principio, unas limitaciones en el movimiento de cubrir las cuales se infiltra este fármacon de la escritura (lo que lleva entonces al conocido movimiento en que si el suplemento, la copia, se hace pasar por original, hará falta de nuevo un suplemento del suplemento etc.).
Así, siguiendo un conocido razonamiento que hace alusión a Freud, dice Derrida en la pag. 166: “1. La escritura es rigurosamente exterior e inferior a la memoria y al habla vivas, a quienes por lo tanto no les afecta. 2. Les es perjudi-cial porque las adormece y las afecta en su propia vida, que sin ella estaría in-tacta. No habría vicios de memoria ni de habla sin la escritura 3. Además, si se apela a la hipomnesis y a la escritura, no es por su valor propio, es porque la memoria viva es finita, porque ya tenía huecos antes incluso de que la escritura dejase en ella sus huellas. La escritura no surte ningún efecto en la memoria.”
Esta oposición mneme—hipomnesis, entre memoria y suplemento regu-lará el sentido de la escritura en Platón, y se unirá al resto de oposiciones es-tructurales de su sistema. Y en ambas se hablará de la repetición, a ambos lados del por otro lado sutil límite: el movimiento de la memoria viva que repite la presencia del eidos original, lo verdadero como lo repetido de la repetición (lo que configuraría la dialéctica) del lado de la mneme; en oposición la repetición del significante, el representante, el imitador del lado de la hipomnesis (lo que llevará al despliegue de la sofística).
§5—EL FARMAKEUS
Apuntado ya al final del parágrafo anterior, se comienza a investigar, a seguir nuevos hilos textuales en torno al acepción de farmakeus como mago, brujo e incluso envenenador en este siguiente parágrafo. Y aparece entonces la figura de Sócrates con el rostro del farmakeus. Es el nombre que da Diotimo a Eros, y dice Derrida, “pero bajo el retrato de Eros no se puede dejar de reconocer los rasgos de Sócrates”.
La mántica, la magia socrática se opera mediante las palabras, voz des-nuda, sin accesorios. Atrae a la gente, hechiza a los hombres, actúa también conmo ponzoña y mordedura, “penetra para apoderarse del alma en la interio-ridad más oculta del alma y del cuerpo.” (p.177). Sócrates detenido al final co-mo brujo.
—y aquí se intercala un epígrafe II que alude, como la resonancia de la palabra fármacon en Platón, al epígrafe I iniciado al comienzo del texto—
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