Lo que de forma deliberadamente sarcástica se llamó la Internacional Situacionista fue, durante la mayor parte de su existencia, un pequeño círculo de 12 o 14 militantes que giraba alrededor del auténtico espíritu de aquella comunidad, Guy Debord. Heredero del aliento del dadaísmo y del surrealismo, el situacionismo sintetizó en su movimiento el proyecto más genuino de las vanguardias -derrumbar las barreras que la sociedad "burguesa" había levantado entre la poesía y la historia- con un comunismo libertario que nunca abandonó sus aspiraciones a la revolución, y ello en una época en la cual tanto la política de bloques como el desarrollo de la sociedad de consumo y del Estado social convirtieron esas aspiraciones, al menos en Europa, en anacronismos intempestivos.
Sin embargo, Debord no se conformó con resistir: a la crítica radical del orden establecido que se desarrollaba en la revista del situacionismo siguió, en 1967, la publicación de La sociedad del espectáculo, un texto fulminante en la mejor tradición de la propaganda revolucionaria; en él da muestras de una penetrante capacidad teórica para ampliar la clásica crítica marxista de la mercancía a una coyuntura histórica en la cual las masas de productores han sido sustituidas por masas de consumidores audiovisualmente adormecidos, y a una situación internacional en la cual el equilibrio del terror entre EE UU y la antigua URSS ha sustituido la política por la reproducción "espectacular" del poder y del capital en una hipnosis mutua de las superpotencias ubicadas a ambos lados del muro de Berlín.
Contra todo pronóstico, la mecha encendida por este texto prendió en la parte más activa de la juventud a la que se dirigía, y la explosión de Mayo del 68 demostró que los análisis de Debord no eran tan extemporáneos como parecían. La intransigencia de su purismo revolucionario, que comportaba el rechazo de todo compromiso con la situación cultural, política, económica o periodística dominante, le convenció de que este éxito del movimiento llevaría más tarde o más temprano a su conversión en una moda artística o intelectual o en una "tendencia política" tolerada por el poder, y por eso disolvió la Internacional en 1972, pero no cesó en su actividad subversiva, como lo prueban sus Comentarios a la sociedad del espectáculo de 1988. Dejó una obra escrita que contiene lúcidos análisis sobre el urbanismo contemporáneo y la destrucción de las ciudades, sobre la pérdida de la conciencia histórica y sobre los totalitarismos de apariencia "revolucionaria", y una obra cinematográfica que presenta el mismo espíritu desobediente, gozoso, cáustico, testarudo y profético de un hombre que sólo pudo soportar su tiempo a cambio de vivir radical y pertinazmente contra él.
José Luis Pardo es filósofo y escritor. (El PaÍs, 29 de enero de 2008)
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