domingo, 10 de febrero de 2008

A propósito de colaboraciones

Qué difícil es empezar a veces y sin embargo otras parece que a otros les resulta muy sencillo. Casi sin dar tiempo a que sonoros aplausos reciban cálidamente al artista comienzan a brillar los primeros acordes de la primera pieza del programa. Sin más y con tanto. Grigori Sokolov, otra vez, al igual que tantas otras, pero siempre tan singular. Y en paralelo, empezamos. Sin rodeos, siguiendo su magistral ejemplo, aunque ni mucho menos a su altura. A propósito de colaboraciones, Sokolov parece, se dice, que no es muy propenso a las mismas, se ha concentrado en su papel inimitable de solista consagrado. No le gusta, o así se interpreta de sus palabras, el papel de integrante de un cuarteto. Dice que la música es cosa vital y prefiere dedicar su estudio a la integración absoluta entre pieza, instrumento - del que tiene fama de ser más conocedor incluso que los mejores técnicos-, e intérprete, antes que emplear su tiempo en andar buscando al compañero correcto. Hace falta, supongo, una seguridad extraordinaria en uno mismo para permitirse el lujo de hacer este tipo de aseveraciones. Pero así es Sokolov. Considerado uno de los mejores pianistas del hit parade mundial. Un hombre sin divismos, espontáneo, natural pero a la vez singularísimo. Un intérprete sorprendente. A uno siempre le resulta cuando menos algo chocante ese individuo extraordinariamente corpulento que parsimoniosamente se acerca al piano desde la puerta de camerinos, se sienta sin aspavientos en la butaca y sin más titubeos ni protocolos comienza a interpretar, por ejemplo ¡a Chopin!. Tanta corpulencia y lirismo de la mano sorprenden a cualquiera. Interpretar, porque cada vez que hace sonar las teclas, las composiciones cobran vida, se hacen presentes, se modernizan porque en cada interpretación son actualizadas, se las hace espacio, espacio sonoro que se hace paisaje actualizado. Espacio, lugar, tiempo unidos por el intermedio del sonido, de la música, de la vida para Sokolov (“La Música no es un oficio, es la vida sencillamente. La interpretación no es cosa de diez minutos, ni de diez días o de un mes. Es fruto de toda una vida” nos revela Sokolov en una entrevista que le hacen). Y en esta ocasión esa puesta en presencia utiliza a Mozart y a Chopin para hacer posible el milagro. De Mozart, dos sonatas, radiante y singular en la elección del modo menor para su adagio la primera, expresiva y lírica la segunda, la cual da paso al plato fuerte, Chopin, “siempre Chopin” dicen algunos refiriéndose a Sokolov, y sus preludios, “armoniosa galería de paisajes musicales”, “preludios poéticos que mecen el alma en sueños dorados y la elevan hasta regiones ideales” en palabras de Ferenc Liszt tras asistir a su estreno en la Salle Pleyel donde fueron interpretados por el propio autor el 26 de abril de 1841. Un juego reutilizado, rebautizado, re-producido, re-poetizado. Una cadena sucesiva de hasta 24, un minucioso y estudiado, preconcebido plan tonal que empezando por el tono mayor y su relativo (DoM y Lam en este caso) va evolucionando por distancias de quintas relativas (SolM- Mim y siguientes), para alumbrar un conjunto en serie de composiciones magistrales. Juego en el plan tonal inspirado en el ya utilizado por Bach en El clave bien temperado. Evidencia del plan previo a la producción. ¿Es la arquitectura música congelada como preconizaba Goethe?
Otros son más abiertos en sus relaciones musicales: “No me gustaría que la música se congelara en mis trabajos: preferiría que hirviera. Quisiera que mi obra fuera un son; que tuviera el arrebato y la alegría de un son abajeño, el ritmo y la exactitud de un son jarocho, la inocencia y la capacidad de invención de un son huasteco, la cadencia y la sensualidad de un son oriental cubano. Esto me haría muy feliz.” Nos dice el arquitecto jalisciense Fernando González Gortázar.
A propósito de colaboraciones, se decía. Sokolov se puede permitir el lujo de que más que colaborar-él-con, sean los otros los que colaboren con él:”...la verdad es que jamás hago la más mínima concesión ni a la orquesta ni a los directores con los que toco”. ¡Vaya!, parece que existen algunos privilegiados que en base a su genialidad no precisan colaborar. Es evidente que eso únicamente se lo pueden permitir ciertos genios. Claro que no sé si quizás eso siga sirviendo ya sólo para unos pocos herederos de otras épocas, otros tiempos. Hoy, considero que, probablemente, debido al interés y a la evidencia de que todo se haya convertido en multidisciplinar, por un lado, y posiblemente, derivado de la bajada continua del listón mínimo a superar, por otro, el perfil del individuo completo, casi “monadiano” vinculado a la imagen del gran humanista renacentista ha desaparecido. Y, por estas y otras razones, digo, nos vemos avocados a la constatación de que no podemos ser más que individuos fragmentarios, incompletos, necesitados del otro. Es evidente que la colaboración es precisa. Una colaboración como la que ocurre cuando una nota sigue a la otra en una melodía, por ejemplo, una nota que en la prolongación de su sonido, su atmósfera anuncia la venida de otra que la sigue, o en una armonía en la que una nota que en el solape armónico con otras colabora en la emisión de un conjunto sonoro mucho más rico y más espacial. Supongo que es una imagen muy plástica para aquello de la colaboración. La música es vida, decía Sokolov. Recuerdo que siendo muy cría, aproximadamente diez años, un buen día apareció por casa un individuo enjuto y de singular perfil , de esos que parecen haber sido tallados, esculpidos directamente con el cincel desde el bloque de piedra marmórea y no ha habido tiempo de trabajar los matices, de incorporar los sfumatos, las gradaciones. Rasgos facetados, angulosos pero seguros caracterizaban a aquel individuo. Y a la vez una extraordinaria sensibilidad. Un algo que a un alma infantil como la mía en aquel instante le llamó poderosamente la atención Era el afinador del piano. Hago memoria y me veo sentada en los escalones que salvan el desnivel en donde aún todavía se sitúa el piano, callada, intimidada por aquel individuo que mágicamente curaba la afonía del piano y hacía que sonará cálida y precisamente. Aquel individuo intentaba explicarme lo que hacía, intentaba aconsejarme para tratar adecuadamente el mágico instrumento que a mí me permitía hacer volar mi imaginación infantil y que las horas dedicadas a su estudio se hicieran extraordinariamente cortas. El tiempo desaparecía, volaba, se esfumaba. Y recuerdo como si fuera hoy una reflexión que me hizo hacer. Me preguntó si yo tenía alguna amistad. En aquel momento debí de poner una cara muy rara. ¿Una amistad? Yo pensaba en mi grupete de amigos y amigas del colegio y no entendía bien la pregunta. “Claro”, le contesté, “tengo a mis amigos del cole”. A lo que el replicó “en fin, todavía eres muy joven para entender lo que te digo pero no te olvides nunca de esto: las amistades puede que te defrauden, que te decepcionen, pero este amigo- dijo refiriéndose al piano-, no te defraudará nunca. Si le tratas bien él te lo devolverá con creces, si le tratas mal él te lo revelará sinceramente. Si estás alegre se volverá radiante y si estas triste te acompañará en tu melancolía. Pero siempre, siempre será sincero contigo”. En fin, otro ejemplo de colaboración sincera.
Ahora bien, qué pasa cuando aparece un tercero que boicotea la posibilidad de tañer las teclas, que encadena la tapa del piano para que no pueda abrirse, que condena el movimiento de los macillos, que, en fin, tantas cosas...¡Qué impotencia! Y aparece un cuarto, el observador, del que se espera que observe, que vea, que se dé cuenta, y ni ve, ni se da cuenta, o al menos eso parece. Y, ¿por qué esa tendencia tan humana a aplanar la realidad, a renunciar a los matices y a las diferencias?. Ni todos somos iguales, ni se puede meter a todas las notas del piano en el mismo saco. Las hay blancas y las hay negras, las hay del mismo nombre y distinta altura. Tenemos un Do de una escala y un Do de otra, y un Mi bemol que no es lo mismo que un Re sostenido aunque compartan tecla, y una tonalidad y otra ,y un día y otro, lo que hace que cada día cada tecla pueda convertirse en una auténtica desconocida y sorprendernos a cada instante. ¡Tantos matices!. Renuncio al reduccionismo, al aplanamiento de la realidad, a meterlo todo en un mismo saco. Y..., en fin, recuerdo a mi afinador y creo firmemente que el tiempo es justiciero y pone las cosas en su sitio. Supongo que cuando uno se empeña en disfrutar con lo que hace, cuando uno disfruta robándole cariñosamente sonidos a su buen amigo el piano, aunque sea con medias escalas, aunque le falten notas, su amigo el piano le ayudará y hará ver que su colaboración es posible, mal que le pese a muchos. No se puede matar a un ruiseñor porque su canto permanecerá para siempre en el recuerdo de todo aquel que lo haya oído y todos esos afortunados lo contarán al resto por los siglos de los siglos. Se puede tener la ilusoria sensación de su muerte pero cuando menos se lo esperen el eco de su canto les hará constatar su error. Así es la música, así, como la vida misma. Gracias Sokolov por recordárnoslo. Esperamos nuevamente disfrutar tu concierto mañana lunes. Al resto ya os contaré. Va por ti Misha. MO
(Muchos de los datos extraídos de los escritos de Justo Romero y Jesús Estévez recogidos en el Programa comentado del ciclo de Grandes Intérpretes patrocinado por Scherzo)

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.treehugger.com/files/2008/02/casulo_an_entir.php

...un fan