sábado, 4 de octubre de 2008

pensar con la cabeza


Pensar con la cabeza se refiere a la imagen que ilustra este post, el palazzo Ruccellai de Alberti. Ahora que estamos tan interesados en el control absoluto de nuestros proyectos arquitectóncios y de las obras que de ellos se siguen, en gran medida por las sofisticadas técnicas de control que poseemos a través del medio digital, no se si es refrescante (palabra tan de moda) o preocupante saber que Alberti, y hablamos del siglo quince, ya lo hacía. ¡Y cómo lo hacía! Es conocido que Alberti no construia sus proyectos, si por esto entendemos el seguimiento y puesta en obra de los mismos; si Tafuri cifraba el inicio de la arquitectura moderna (así dicho es engañoso, me refiero más bien del concepto moderno y aún actual de arquitecto o de proyecto de arquitectura como documento que registra los pasos, unívocos, a seguir para construir el edificio, y por tanto con independencia de la o las personas que trabajen en el proceso) en El Escorial, con su unidad plena de concepción y obra alargada en varios años y tras la muerte de su artífice (Juan Bautista de Toledo), es obvio que las obras de Alberti ya funcionaron de esta manera.
Lo impresionante es el control sobre el detalle que muestra esta imagen del Ruccellai: ¿es que a alguien hoy no le gustaría poder hacer un muro como ese? (bueno, seguro que a muchos, pero entonces probablemente no estemos hablando de arquitectura, mr. and miss. flower power) La textura que ofrecen los cortes de la piedra, que parecen más bien incisiones sobre un muro terso previo que las juntas exquisitas de una perfecta estereotomía (nada de cortes CNC aunque lo parezcan), la modulación exacta en las hiladas que permite el ensamblaje de los huecos, el delicado juego compositivo (sí, compositivo) de las divisiones horizontales y verticales del paramento, la sofisticada respuesta al viejo juego de repetición y diferencia (que creemos tan Deleuziano, y es que a Deleuze también se le lee tantas veces mal o al menos superficialmente, y si bien estoy seguro que a él le hubiera gustado esa lectura superficial, de superficies y capas, su conocimiento de la historia era cuando menos tan importante como el del simulacro de la misma)... en fin, todo. Es decir, TODO. No, no se... lo de la cabeza, es verdad. Claro que el aparejador que debió de tener tenía que ser la bomba, pero lo que me sigue poniendo, mas allá o más acá del sensual tacto que se desprende del pasar la mano del ojo por la superficie del muro, es el control de lo complejo desde lo sencillo, que tanto Alberi desde su ojo alado y su mano que piensa hasta los on/off del código binario consiguen poner en marcha la belleza de la creación de lo natural.
En fin, que intentaré seguir el rigor albertiano al pensar un proyecto, al tenerlo en la cabeza, y al intentar contarlo, y que intentaré, también, que ninguna técnica de proyecto se convierta en LA técnica de proyecto, siendo consciente sin embargo de que todo proyecto es no otra cosa que el resultado de aplicr una técnica: techne que es inseparable de nuestro habitar el mundo desde que descubrimos y fuimos conscientes, seguramente antes de que habláramos de dos cosas: que podemos modificar el entorno que nos rodea mediante su manipulación, y que podemos representarlo mediante su dibujo, es decir virtualizarlo pero es decir, también, inseparablemente, fetichizarlo.
José Vela Castillo

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