domingo, 14 de diciembre de 2008
la farmacia de platón : ocho
8.
Se extiende desde este punto Derrida en una calificación que identifica fárma-con y dialéctica, a través de la figura de Sócrates, en la que la dialéctica aparece como antídoto, como contraveneno de la sofística, como la aseguradora de un saber. En todo este parágrafo va a jugar Derrida con las posibiladesde de signi-ficado de la palabra fármacos, con su ambivalencia, lejos de la estricta identifi-cación con la escritura, y basculando hacia el poder de la voz en la dialéctica.
El fármacon invertido, ahora antídoto, “no es otro que el origen de la episteme, la apertura a la verdad como posibilidad de la repetición y sumisión del “furor de vivir” a la ley (al bien, al padre, al rey, al jefe, al capital, al osl in-visibles) (p. 184) —ya antes se ha identificado, por cierto, la necesidad de la es-critura como la necesidad propia de la ley)—. El conocimiento como el mejor de todos los filtros. La filosofía de alguna manera convierte el veneno en con-traveneno, trasmuta la droga (p.188): fármaco logos que cobija en sí los valores contrarios, que no tiene ninguna esencia estable, y que por tanto es aneidético, no tiene ninguna identidad ideal, en parte por no ser, además, un simple (tam-poco algo complejo, un compuesto), sino “el medio anterior en que se produce la diferenciación en general”.(p.189).
El parágrafo finalizará con un paralelismo invertido con la cicuta socrá-tica: si la escritura es inicialmente fármacon curador que enseguida se revela sustancia maléfica que procura el olvido, la cicuta que se le suministra a Sócra-tes, veneno perjudicial y embotador, se revela sin embargo finalmente como benéfica para el alma pues la libera del cuerpo y permite además que despierte a la verdad del eidos (como aparecerá en el Fedón). Será pues el fármacon am-bivalente por constituir el medio en que se oponen los opuestos, poniendo en movimiento el juego de la diferencia, y de ahí llegará la calificación de Derrida del fármacon como “la diferenzia de la diferencia”.
José Vela Castillo
domingo, 30 de noviembre de 2008
Bajo la cúpula
Yo no sé si me gusta o no me gusta la célebre cúpula de Miquel Barceló. Carezco de ese agudo sentido estético, cercano a lo adivinatorio, que permite a tantos de mis contemporáneos juzgar una obra de arte en virtud de algunas fotos y del color político del gobierno que la ha encargado. Incluso me pregunto si entre las tareas de un gobierno, en los tiempos que corren, se cuenta la de elegir a discreción a un cierto pintor y no a otro, y gastarse en el encargo al menos ocho millones de euros, sin un debate público previo. Hablar de dinero es mezquino cuando se trata de un artista de esta categoría, y de esta cotización internacional, nos dicen. Nos lo dicen personas que sí hablarían de dinero si el gobierno que ha encargado la obra fuera el del partido al que ellas no votan. En España, la indignación moral es tan previsible como la emoción estética. Sabemos quién se va a rasgar las vestiduras porque medio millón de euros salgan de los fondos de ayuda al desarrollo con la misma certeza con la que sabemos quién va a emocionarse con la cúpula de Miquel Barceló. La cúpula en sí, o la ayuda al desarrollo, no le importa a nadie: si esa misma cúpula la hubiera encargado el gobierno del otro partido, los mismos que ahora se quedan embobados ante ella sin haberla visto más que en fotos la encontrarían cuando menos discutible, y las denuncias valerosas contra el despilfarro de un dinero que debería haberse empleado en alimentar a los pobres del mundo se multiplicarían en columnas justicieras.
Yo no sé si el trabajo de Barceló vale los seis millones de euros que según dicen ha cobrado por el encargo. Todo necio, ya sabemos, confunde valor y precio, y los precios del arte están tan sometidos a la especulación como la vivienda. En las subastas de este otoño en Nueva York, cuadros que el año pasado se habrían vendido por decenas de millones de dólares no han encontrado comprador o han caído a la mitad de su precio. Aquí no reparamos en gastos. Ni de dinero ni de palabras. Por lo pronto, y en el espacio de unos días, la cúpula de Barceló ya se ha convertido en la Capilla Sixtina del siglo XXI, y está a la altura de la capilla de Mark Rothko en Houston o de las cuevas de Altamira, según las fuentes. En mayo del año pasado, en Sotheby's de Nueva York, se pagaron obscenamente 72,8 millones de dólares por un cuadro de Rothko en cuyo título había ya una delicadeza prometedora de haiku: White Center (Yellow, Pink, and Lavender on Rose). Si un Rothko, con sus rosas y lavandas desleídos, costaba esa cantidad demencial hace año y medio, ¿quién va a quejarse del precio de un Barceló de más de mil metros cuadrados en el que se han empleado treinta y cinco mil kilos de pintura?
Siendo dinero público, y dinero público de un país de tan endeble presencia internacional como España, las comparaciones resultan algo menos estratosféricas. Ocho millones de euros es más de la mitad del presupuesto que tendrá el año que viene la Seacex, que es la agencia estatal dedicada a organizar exposiciones de arte español en el extranjero; ésa es la misma cantidad que dispondrán en 2009 para sus programas culturales la totalidad de los 72 centros del Instituto Cervantes; y no quiero pensar en las asignaciones literalmente miserables que manejan las embajadas y consulados españoles en las grandes capitales del mundo, y que para lo más que dan es para alquilar una pequeña sala de conciertos o para contribuir con unos cientos de dólares al programa de una exposición. Algunas veces se oye la opinión triunfalista de que la presencia cultural francesa en el mundo está en declive, porque el francés tiene mucho menos empuje que el español, como si el azar demográfico del número de hablantes de nuestro idioma tuviera algo que ver con la visibilidad internacional de España. Pero basta comparar, en cualquier capital de Europa o de América, el porte de los centros educativos y culturales franceses con el de los españoles para despertar a la realidad y hacerse una idea inmediata de la triste posición que ocupamos, acerca de la cual se aprende también algo si se compara el número de diplomáticos españoles con el que disponen no ya Francia o Alemania o el Reino Unido, sino países como Holanda o Dinamarca.
Por encima de sus triviales diferencias, tan entretenidas al parecer para los periodistas, la casta política española tiene un gusto común por el mangoneo clientelar y las exhibiciones suntuarias. Durante los años prósperos han despilfarrado la riqueza que hubiera debido invertirse en dar un fundamento sólido de instrucción pública, justicia social y dinamismo económico al país, pero ahora que vienen tiempos de quebranto, ellos siguen tirando el dinero en sus caprichos megalómanos y en sus redes corruptas de control e influencia como si la crisis no existiera y como si la ciudadanía no fuera a pedirles cuentas nunca. Pero la ciudadanía parece haberse contagiado de la intransigencia de unos y otros, o de los Hunos y los Otros, como decía el pobre Unamuno al final de su vida, y el espacio para la libertad de conciencia y para el soberano criterio personal se va volviendo cada vez más estrecho: si yo pongo en duda la conveniencia de gastar ocho millones de euros en una cúpula para que se hagan fotos debajo de ella un cierto número de autoridades, me habré vuelto instantáneamente de derechas; y si en lugar de eso me declaro en éxtasis ante las estalactitas de colores chillones de Miquel Barceló, eso significará, ante los Hunos y los Otros, que estoy a favor de la alianza de civilizaciones, de la igualdad de género, de las energías renovables, del cine español, que me indignan los chanchullos inmobiliarios de los ayuntamientos del PP, pero no llego a enterarme de los que cometen los ayuntamientos socialistas...
No me da la gana. No quiero que mi pensamiento me lo estén dictando a cada paso los vigilantes voluntarios de un sectarismo político del que ya no están a salvo ni las opciones más personales de la vida. No acepto el dictamen casi amenazante del titular de este mismo periódico: "El arte de Barceló acalla las críticas". El arte no está para acallar las críticas sino para alentarlas. Llevo muchos años observando con mucha atención el trabajo de Miquel Barceló, y muchas veces me ha entusiasmado, y otras, sobre todo en los últimos tiempos, me ha parecido mucho más inventivo en las acuarelas y en los dibujos que en las obras de gran formato, en las que he intuido un cierto agotamiento de la inspiración, atemperado por el oficio. El mismo derecho tengo a que me guste esa cúpula como a que no me guste, y también a poner por encima del juicio estético una convicción política. Seguro que había cosas más urgentes en las que gastar todo ese dinero. En cuanto a las comparaciones con la Capilla Sixtina, quizás sería prudente esperar uno o dos siglos.
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 29/11/2008 babelia el país
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Las muertes : del Pabellón de Barcelona
Siempre en un doble movimiento, lo que proponemos hacer es una lectura, una interpretación de una obra de arquitectura en particular, de un autor en particular (El Pabellón representativo que el arquitecto Mies van der Rohe proyectó y construyó para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929), y de esta manera también de la arquitectura en general e incluso de la arquitectura como pensamiento en general (y en un sentido que se tratará, precisamente, de ir precisando), desde, como ahora se anuncia, y si es que se puede decir así, la deconstrucción, básicamente desde la deconstrucción derridiana si tal cosa existe.
Para ello nos apoyaremos fundamentalmente en las imágenes, en las fotografías antiguas y modernas del pabellón, por tanto introduciendo una tercera reflexión sobre la fotografía, leyendo a Derrida y Barthes en paralelo, y ambos, claro, en paralelo con Mies. Varios paralelos, que, además, y precisamente por serlo, no hacen sino cruzarse entre sí. Paralelos de antiguos y modernos, que no hacen sino mostrar las muertes y resurrecciones del pabellón en cada mirada que sobre sus fotografías (su ¿realidad?) arrojamos.
jose vela
la farmacia de platón : siete
7.
El siguiente paso de Derrida nos lleva al centro a mi modo de ver del texto. Y es que (p.162), ¿no es también el esfuerzo de los sofistas el de ejercitar la me-moria? Platón, dice Derrida, se apropiará de esta aseveración para, como siem-pre, darle la vuelta. “Habrá —dice Derrida— que reconocer minuciosamente el paso de la frontera”. Y en esas estamos, porque es el paso en que, como antes ya se apuntaba, se integra la cuestión de la escritura en la filosofía platónica: el problema al que apunta Platón no es al de la sustitución de la escritura por la memoria, sino al de “la sustitución de la memoria viva por el resumen ayuda-memoria, del órgano por la prótesis”.
El límite entre interior y exterior no separa tanto al habla de la escritura como a la memoria como desvelamiento, por lo tanto memoria de verdad de la re-memoración (y lo escribe Derrida con guión) como repetición del monumen-to: es decir, la verdad y su signo. “El exterior no comienza entonces en la jun-tura entre lo físico y lo psíquico, sino en el punto en que la mneme, en lugar de estar presente en sí en su vida, como movimiento a la verdad, se deja suplantar por el archivo, se deja expulsar por un signo de re-memoración y de con-memoración”. El espacio de la escritura se abre de esta manera en la diferencia entre mneme e hipomnesis, “El exterior está ya en el trabajo de la memoria” (p.163). La memoria sin embargo tiene un límite, y es en este límite donde apa-rece la contaminación con la hipomnesis, donde el efecto perverso del fármaco comienza a operar: por mucho que Platón lo intente, la memoria siempre se contamina del exterior, siempre necesita signos “para acordarse de lo no pre-sente con lo que necesariamente tiene relación.”
Aparece aquí la lógica del suplemento, de esa hipomnesis que aun pareciendo lo opuesto a la memoria sin embargo es necesitada por ésta dado que tiene, desde el principio, unas limitaciones en el movimiento de cubrir las cuales se infiltra este fármacon de la escritura (lo que lleva entonces al conocido movimiento en que si el suplemento, la copia, se hace pasar por original, hará falta de nuevo un suplemento del suplemento etc.).
Así, siguiendo un conocido razonamiento que hace alusión a Freud, dice Derrida en la pag. 166: “1. La escritura es rigurosamente exterior e inferior a la memoria y al habla vivas, a quienes por lo tanto no les afecta. 2. Les es perjudi-cial porque las adormece y las afecta en su propia vida, que sin ella estaría in-tacta. No habría vicios de memoria ni de habla sin la escritura 3. Además, si se apela a la hipomnesis y a la escritura, no es por su valor propio, es porque la memoria viva es finita, porque ya tenía huecos antes incluso de que la escritura dejase en ella sus huellas. La escritura no surte ningún efecto en la memoria.”
Esta oposición mneme—hipomnesis, entre memoria y suplemento regu-lará el sentido de la escritura en Platón, y se unirá al resto de oposiciones es-tructurales de su sistema. Y en ambas se hablará de la repetición, a ambos lados del por otro lado sutil límite: el movimiento de la memoria viva que repite la presencia del eidos original, lo verdadero como lo repetido de la repetición (lo que configuraría la dialéctica) del lado de la mneme; en oposición la repetición del significante, el representante, el imitador del lado de la hipomnesis (lo que llevará al despliegue de la sofística).
§5—EL FARMAKEUS
Apuntado ya al final del parágrafo anterior, se comienza a investigar, a seguir nuevos hilos textuales en torno al acepción de farmakeus como mago, brujo e incluso envenenador en este siguiente parágrafo. Y aparece entonces la figura de Sócrates con el rostro del farmakeus. Es el nombre que da Diotimo a Eros, y dice Derrida, “pero bajo el retrato de Eros no se puede dejar de reconocer los rasgos de Sócrates”.
La mántica, la magia socrática se opera mediante las palabras, voz des-nuda, sin accesorios. Atrae a la gente, hechiza a los hombres, actúa también conmo ponzoña y mordedura, “penetra para apoderarse del alma en la interio-ridad más oculta del alma y del cuerpo.” (p.177). Sócrates detenido al final co-mo brujo.
—y aquí se intercala un epígrafe II que alude, como la resonancia de la palabra fármacon en Platón, al epígrafe I iniciado al comienzo del texto—
miércoles, 12 de noviembre de 2008
la farmacia de platón : 5 : 6
5.
Pasa Derrida a continuación a desvelar cómo el fármacon, aun traducido como remedio, nunca puede ser un buen remedio: por una parte por ser algo siempre doloroso; por otra por ser artificial y, por tanto siempre exterior (así en el nivel digamos farmacológico, pero también con respecto a la palabra, pues es exte-rior a ella). Desde este punto se comienza un largo despliegue en torno a ese doble efecto del fármacon: lejos de acrecentar el saber, como dice el rey, lo re-duce, y aparece entonces la siguiente propisición: el fármacon en vez de rela-cionarse con la mneme, con el verdadero recuerdo o sabiduría, lo hace solo con la hipomnesis, un mero recuerdo formal (aparecen aquí insinuadas, entonces, de nuevo las cuestiones en torno a la mimesis, a la mera copia y al simulacro). Sigue a esto una lectura de dos textos, del Timeo (centrada en lo farmacológi-co) y del Fedro (la respuesta del rey), en que se muestra esta multiplicación (o inversión) de efectos de lo negativo operada por el fármacon (p. 149).
6.
Y como aparece en la p.156, si el fármacon es nefasto es porque no es de aquí. Es extranjero al ser vivo, exterior: “las huellas de la escritura no se imprimen en hueco sobre la cera del alma”, sino que se confían a algo exterior, algo que esta fuera: los tipos, que son también las huellas y las letras aparecen como una inci-sión en el afuera, en una tablilla de cera. La memoria podrá entonces adorme-cerse, Lethe invadirá y tragará su presencia, memoria y verdad se verán perdi-das, entendiendo que aletheia y mneme caminan unidas. A partir de ahí, la es-critura “mima en su tipo a la memoria”, es decir, no es sino copia del saber, de la verdad: de ahí que los hombres de letras aparezcan no como sabios sino co-mo supuestos sabios: es de nuevo el sofista, el imitador del que sabe ( y es, tam-bién, claro, de nuevo, la requisitoria de Sócrates a Lisias en el Fedro).
José Vela Castillo
sábado, 1 de noviembre de 2008
la farmacia de platón : 4
4.
Comienza el juego: Theuth presenta la escritura como un fármacon a Thamus, rey de Egipto. Y la idea inicial que uno extrae es que, conocida la ambivalencia de la palabra que puede significar a la vez remedio o veneno (y que además se relaciona con la magia), la escritura se presenta inicialmente como remedio. En-seguida nos damos cuenta, sin embargo, que esto no es tan claro para Platón: como dice Derrida, “por una parte Platón tiende a presentar la escritura como un poder oculto y por consiguiente sospechoso” y aparece una primera referen-cia a la pintura y a la técnica de la mimesis ya conocidas como igualmente sos-pechosas (así como una a la cuestión de los hechiceros y de la mántica y por tanto a los poetas); por otra parte, “la réplica del rey supone que la eficacia del fármacon puede invertirse: agravar el mal en vez de remediarlo” (p.145). En esta dialéctica (si es que podemos llamarlo así en este contexto) se va a seguir moviendo el texto de Derrida. Pasaremos así revista a las relaciones con la mí-mesis, hablaremos también de los magos y hechiceros, y se seguirán nuevos hilos sobre esta trama en torno al agravamiento que produce el fármacon.
Es importante lo que apunta Derrida a continuación: hay una cierta as-tucia (metis) en la propuesta de Theuth, que intenta hacer pasar por remedio lo que es veneno, cierto intento de dejar en mejor lugar su invento: esto, que ine-vitablemente se pierde en la traducción, hace aflorar sin embargo una conocida técnica de escritura en Platón, que llama Derrida anagramática, y que pone en juego las posibles resonancias de la misma palabra en diferentes contextos, y que en última instancia habla en Platón de un cierto paso y de su interrupción entre valores contrarios: un necesario efecto de lo que llamamos platonismo, dice Derrida. Es decir, que resulta fundamental este estudio de aquello que rompe con una “lógica intolerante al paso entre dos sentidos contrarios,” y que es propiamente el fármacon pues si, como dice Derrida, “se confirma nuestra lectura” este fármacon desborda una simple dialéctica o alternancia de los con-trarios (y se podría emparentar por ejemplo con el estudio en el Sofista del paso entre ser y no ser).
josé vela castillo
conferencias : la imagen
ESTÉTICA Y POLÍTICA: EL MALESTAR EN LA IMAGEN
(3-4 Y 5 DE NOVIEMBRE DE 2008)
DÍA 3
MAÑANA
10,00 H
APERTURA DEL ENCUENTRO: Sr. Vicerrector de Cultura, Sr. Decano de la Facultad de Filología, Sr. Decano de la Facultad de Filosofía, Sr. Agregado de Cultura de la Embajada de Francia (Pendiente de Confirmación)
10,30 – Moderador JOSÉ ANTONIO MILLÁN. Universidad Complutense
JEAN GALARD. Filósofo y Escritor.
Lo trivial y su representación
11,30
JEAN MARC CHOUVEL. Universidad de Reims
Los monstruos fríos. Imagen y música en época de capitalismo avanzado
12,30
Pausa
13,00
JULIÁN SANTOS. Universidad Complutense
La catástrofe de Medusa.
TARDE
17,00 H
ARTHUR THOMASSIN. CNR
Viaje en el espejo. Escribirse y comunicarse en el espejo del tiempo.
__________________________
MARTES, DÍA 4
MAÑANA
10,30 – Moderadora AURORA CONDE. Universidad Complutense
ROBERTO SALIZZONI. Universidad de Turín
Imágenes que administran el tiempo
11,30
CATERINA MARRONE. Universidad de Roma, La Sapienza
Los dibujos ocultos de Leonardo da Vinci
12,30 PAUSA
13,00
FIORELLA BASSAN. Universidad de Roma, La Sapienza
La Colección Prinzhorn. Descubrimiento, recepción y expropiación del arte de la locura.
TARDE
17,00H
FERNANDO RAMPEREZ. Universidad Complutense
De la obscenidad
18,00H
PILI RODRIGUEZ (fotógrafa) y MARIFÉ SANTIAGO (escritora)
El despertar de los fósiles.
_______________________
DÍA 5
MAÑANA
10,30
Moderador JAVIER DEL PRADO. Universidad Complutense
IVANKA STOIANOVA. Universidad de París 8
El malestar en música: Lenz y Artaud en la obra de Wolfgang Rihm.
11,30
ANA MARÍA LEYRA. Universidad Complutense
Desnudo/vestido. La imagen síntoma y la construcción del imaginario
12,30 PAUSA
13,00
JEAN CLAUDE LÉVÊQUE. Universidad de Turín
Ley, imagen y representación: la apuesta filosófico-jurídica de Pierre Legendre.
TARDE
17,00
FRANÇOIS SOULAGES. Universidad de París 8
El malestar en la fotografía
ORGANIZA: GRUPO DE INVESTIGACIÓN COMPLUTENSE LA EUROPA DE LA ESCRITURA
COLABORAN: FACULTAD DE FILOSOFÍA. DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA IV. DEPARTAMENTOS DE FILOLOGÍA FRANCESA Y FILOLOGÍA ITALIANA. EMBAJADA DE FRANCIA
martes, 21 de octubre de 2008
arquitectura y música
http://www.coam.org/portal/page?_pageid=33,54943,33_54980&_dad=portal&_schema=PORTAL&p_id=134&p_mes=10&p_anio=2008
domingo, 19 de octubre de 2008
imagen : (cambio de)
Sí, un cierto cambio en la imagen, en su puesta en escena, en su fiebre y danza que podría decir (el joven) Marías... esperamos que sea de gusto de todos. O no.
blogsmoj
la farmacia de platón : 2 / 3
2.
Y a continuación de esa primera introducción, dos párrafos que bajo el rótulo I establecen una segunda estructura, puesto que luego aparece un texto II en la página 181: es decir, a la estructura de subtítulos que articula el texto, se le suma otra que lo divide en dos partes. Y en esta primera queda claro: “muy aproximadamente, hemos dicho ya todo lo que queríamos decir”, pero también: “la escritura no puede más que repetir (se)” —y se separa el se— pues “significa (según Platón) siempre lo mismo” y “es un juego”. Todo ello, es cierto, hilará las ciento y pico páginas que viene a continuación.
3.
Y comenzamos con los parágrafos asignados, 4, 5 y 6, de los cuales el más largo, y a mi parecer sustancioso es el 4, “El fármacon”.
§4—EL FÁRMACON
Lo primero que hace Derrida es observar que la palabra fármacon se halla cogida en una cadena de significaciones dentro del texto de Platón (al cual desborda), en un juego aparentemente sistemático, que sin embargo enseguida revela sus problemas: por una parte el campo semántico de la palabra no es el mismo para nosotros que para Platón, luego nuestra imposibilidad de seguir realmente a Platón hace que no podamos apreciar en realidad, y si existe, tal sistema. Por otro nunca queda claro, y es que no puede hacerlo, si cuando Platón establece unas conexiones y otras no, aquellas que no sigue son omisiones más o menos involuntarias o por el contrario lo son cargadas de sentido (por ejemplo por darse cuente de la esterilidad de seguir determinados caminos): esto es importante, porque en la reconstrucción, en el texto que genera Derrida, se trata de seguir unos hilos y otros no, pero con la seguridad de no poder reconstruir la cadena original, y ello precisamente como premisa de partida, no como constatación de un fracaso.
Además, se presenta enseguida la cuestión de la interioridad o exterioridad del texto (de Platón, pero todo texto): puesto que esas relaciones semánticas de la palabra, “¿dónde se dan? ¿dentro o fuera de su texto? ¿Entre el texto y la lengua? ¿y para qué lector y en qué momento?” En paralelo pues a Platón, Derrida presenta, asumiendo la imposibilidad de dar respuesta a esas preguntas, la pertinencia misma de ellas.
josé vela castillo
sábado, 18 de octubre de 2008
la farmacia de platón : 1
la farmacia de platón del 4 al 6
§4—EL FÁRMACON
§5—EL FARMAKEUS
§6—EL FÁRMACOS
1.
Al inicio del texto “La farmacia de Platón” coloca Derrida una breve introducción, que como en él es habitual hace las veces de pórtico pero también de resumen y de conexión con otras partes de sus tex-tos o digamos de su filosofía. Dice:
“Un texto no es un texto más que si esconde a la primera mirada, al primer llegado la ley de su composición y la regla de su juego.” Lo que desde luego, leído el texto, parece claro. Así que una primera afirmación llevaría a la aparentemente tautológica aseveración de que en efecto el texto de Derrida es un texto, que se esconde a una primera mirada (o a una mirada superficial, si bien también es necesaria una mirada superficial, y de ello se hablará en el dis-currir del escrito, una mirada sobre el texto que por una parte capte su unidad o su presencia, si se puede hablar así, como imagen, y por otra parte que se quede de alguna manera en la superficie, por tanto en el límite entre lo exterior al texto y lo interior al mismo, cuestiones sobre las que Derrida luego se va a explicar).
Pero a continuación uno sospecha que ésto, ese ocultamiento o veladura de la “ley de su composición” y la “regla de (su) juego” (y esta cuestión del jue-go ocupará precisamente las páginas finales de todo el texto) ocurre o ha de ocurrir siempre, en cada texto o en cada escrito, y por el mero hecho de ser es-crito. Así, continua Derrida, “La ley y la regla no se esconden en lo inaccesible de un secreto, simplemente no se entregan nunca, en el presente, a nada que ri-gurosamente pueda ser llamado una percepción”. Como es habitual en él, que-da fijada desde el inicio la posición sobre la escritura: el sentido no se entrega en el presente básicamente porque no hay algo que podamos llamar sentido y presente en sentido propio (y esta cuestión del sentido propio y del sentido fi-gurado, luego de la metáfora, es otra de las posiciones que atraviesa este y to-dos los textos de Derrida, quedándonos ahora con la palabra texto en vez de la palabra pensamiento).
Pero es que además regla y ley, en la escritura, no son algo que se pue-dan dar antes, sino que hacen su aparición en el espacio del propio texto. Si no hay algo como un sentido independiente del texto, si el sentido no se entrega nunca ahora en el presente, es porque hay infinitos sentidos, de modo que además su suma no configura un sentido último y pleno, sino que en cada aho-ra, que no necesariamente es presente, se ofrece un sentido.
Vienen a cuento esta primeras reflexiones porque entiendo que es dentro de ellas que hay que leer todo lo que sigue. A continuación —y estamos aún en la introducción— Derrida inicia un juego entre el texto, el tejido (fisiológico: el texto como organismo) y el textil (la tela: el texto como fabricación), siguiendo a Platón, en como siempre un juego que enmarca a la vez toda su filosofía. El tejido se cose y descose, los hilos de sentido se siguen en el texto, se lee el texto a la vez que se escribe, y se corta el tejido regenerándolo en la decisión de la lectura: decisión de cidere, corte en latín: el texto se abre, se corta el textil para entrar en su interior, su interior que consiste en añadir o seguir hilos propios, en bordar con/en el texto pero a partir de lo que allí estaba: no es un mero jue-go intertextual, sino que es la única posible forma de entrar en el texto, de leer-lo, y esto ocurre siempre, en toda lectura de todo texto siempre que esa lectura y ese texto sean tales. Como bien añade, no hay autorización ninguna a añadir cualquier cosa. Y además, “el es que acopla la lectura a la escritura debe desco-serlas”: es decir, que solo si la lectura es escritura se puede producir esa deci-sión de lectura, ese bordado del hilo, esa resonancia de sentido: solo si entra-mos en el juego, si nos hacemos interiores al texto, podremos seguirlo, hacerlo aflorar, hacerlo exterior.
Y este es, claro, el juego que Derrida aplica a Platón (o a Kant o a Ma-llarmé etc.): pero para dejar claro que se trata no de una crítica textual, una hermenéutica del texto, sino de una mostración de las, llamémosle así, catego-rías filosóficas propias. Corte, huella, fantasma, diferenzia, simulacro.
JOSÉ VELA CASTILLO
objetivos
1. Estudiar las relaciones entre la arquitectura como metáfora y la arquitectura edificada en la construcción de lo que podemos llamar un “imaginario del origen” que atienda, sobre todo, a la construcción de un espacio público como polis, es decir, a la fundación de una ciudad como lugar instituido en un origen, que mediante una técnica (aquí la arquitectura), nos constituye como seres sociales.
2. A partir de aquí, estudiar el papel que en la sociedad actual mantiene la arquitectura como configuradora de espacios, construidos y simbólicos, y cómo mantiene o no, en su remisión al origen anteriormente expuesto, y en nuestra ciudad como espacio virtual, su capacidad metafórica. De esta manera, se busca no tanto determinar la capacidad productora del espacio que tiene la arquitectura actual, sino la dimensión que adquiere su imagen, omnipresente, en la construcción de un individuo que, ahora, también se ha virtualizado, y en la de una arquitectura que se proyecta desde esta imagen. Que no es sino otra manera de construcción arquitectónica.
3. La conclusión final parece obvia: determinar en qué medida una cierta lógica de la representación y del origen sigue presente en la construcción actual de la polis, y cómo esto puede permitir o no una mejor comprensión de los fenómenos actuales que trata de estudiar este proyecto de investigación.
miércoles, 15 de octubre de 2008
(un)sense (the) material
Podemos partir de una hipótesis un tanto arriesgada en arquitectura: ¿debe y/o puede desaparecer la materialidad en la arquitectura? Y esto, de ocurrir, ¿afecta también al proyecto de la arquitectura? ¿Cuál es entonces, el material de que se hace la arquitectura? ¿Y el proyecto? Porque, en realidad, ¿a qué llamamos materialidad, o lo material, o materia? ¿Acaso, como decía Valente, no podría ser la memoria el material?
Es posible que no sea fácil responder a estas preguntas, pero sí parece pertinente planteárselas a la vista de cómo se está desarrollando la arquitectura en la actualidad, de las investigaciones avanzadas acerca de lo que podemos llamar entorno construido, que poco a poco parece ir derivando en un entorno virtual (lo que necesariamente no es perverso de por si). Porque que la arquitectura cambie su concepción de lo material no significa, al menos no necesariamente, que pierda el interés en el material, por lo material (tampoco por la memoria): antes bien, como el título trata de indicar, se trata de una transformación del sentido que lo material tiene, un darle la vuelta, una cierta subjectilización (digámoslo así, en referencia al término de Artaud sobre el que Derrida trabaja en un texto célebre), una especie de conversión del soporte en lo soportado, una cierta ruptura con, y esto es importante, el paradigma de la imagen vigente, y que trata a partes iguales de disolver la arquitectura en la superficie (que ahora es una superficie muy profunda, nacyniana) y de generar la arquitectura desde la estructura material (incluso, digamos, desde su estructura matemática atómica o subatómica).
imagen : 5
Seguimos con esta serie dedicada a la imagen... y por tanto con alguna imagen más. Me interesaría saber porqué llamamos, realmente, sociedad de la imagen a la sociedad actual. Precisamente ahora, la imagen, deteriorada, parece haber perdido casi todo su poder taumatúrgico, aquel que ponen en marcha, por ejemplo, los primeros dibujos humanos en la caverna, su poder simbólico que nos permirte conocer el mundo al distanciarnos de él. Sí, la imagen banalizada, la imagen basura no nos mira como nos miran los iconos de Roubliev, no nos permite más que conocer una difusa versión de lo que se nos presenta a los ojos: difusa, borrosa, degradada, imagen de simulacro o simulacro real en su peor acepción. Cierto que este peligro está presente, como bien veía Deleuze ya en Platón, pero aún así... lo mismo hace falta una (otra) revolución iconoclasta, una destrucción de las imágenes que nos permita darnos cuenta de su valor real. José Vela Castillo
PD: Pero aún así... ahí van unas imágenes...
EL LUGAR DE UN ESPACIO SONORO
El texto ya tiene su tiempo, pero creo que sigue teniendo interés y apuntando a aspectos de las relaciones entre espacio y tiempo, y por tanto arquitectura, que me parecen fundamentales. Fue publicado en Transfer, hace ya unos añitos (2003), y he de decir que, aunque Formas funciona muy bien, le tenía cariño a esta especie de periódico que se inventó y publicó mientras pudo Ricardo Lampreave. En fin, o tempora, o mores. José Vela Castillo
[Reflexiones en torno a la presencia en Madrid del compositor Jonathan Harvey]
Concierto del día 29 de marzo de 2003, sala de Cámara del Auditorio Nacional
Progama:
Tombeau de Messiaen, para piano y electrónica (1994)
Mortuos Plango Vivos Voco, para cinta (1980)
Ricercare una melodía, para oboe y electrónica (1984)
Advaya, para violonchelo, teclados y electrónica (1994)
Intérpretes: Ictus ensemble
Lo que sigue es una breve reflexión acerca del poder configurador de espacios de la música, y de cómo estos espacios son arquitectónicos, en el sentido de que son espacios proyectados y poblados por el ser humano, quedando su dimensión física sin embargo definida por la vibración del aire y por la percepción auditiva antes que por su construcción material—sólida y por su imagen visual o háptica. Esto es, nos encontramos con una música, con un hecho sonoro que trasciende las habituales especificidades de la música, incluida la música contemporánea de la vanguardia (Schönberg, Webern etc.) para crear una experiencia sonora nueva, que es, sobre todo, espacial.
Jonatahn Harvey, compositor británico nacido en 1939 en el Warwickshire, viene investigando desde por los menos los años ochenta (Mortuos Plango Vivos Voco de 1980, desarrollada en el IRCAM parisino) con la interacción entre instrumentos tradicionales e instrumentos electrónicos. Primero, como el caso citado, con cintas magnetofónicas, luego con sintetizadores y lo que se ha llamado live electronics (por tanto, bien con elementos pregrabados bien en tiempo real). En sentido amplio, música electroacústica, cuya larga tradición se remontaría a los futuristas italianos y a los intonarumori de Luigi Rusolo, aun cuando sería en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, con los experimentos que abarcan desde el círculo de Darmstadt a la música concreta, que cobra plena presencia. Las experiencias de Pierre Schaeffer, Pierre Boulez o Luigi Nonno son conocidas, con resultados excepcionales en su dimensión de percepción acústica y en la ampliación del espacio musical, y de una belleza puramente musical subyugante. En esta línea entran a formar parte las obras de Harvey, especialmente tras entablar relación con Milton Babbit y con su estancia de los ochenta en el IRCAM de Pierre Boulez, investigando las relaciones sonoras entre lo instrumental y lo electrónico y electroacústico. Y de ello son buena muestra las obras que se presentaron en el concierto al que hacemos referencia, también con ocasionales influencias de la música concreta.
Lo que intento es plantear una serie de preguntas, cuya precisa respuesta no estoy en disposición de proponer, pero que me parecen lo suficientemente interesantes como para que se reflexione sobre ellas. La primera consideración tiene que ver con la configuración del escenario antes de empezar el concierto: además de un piano gran cola concierto y atriles, aparece un teclado electrónico y una serie de micrófonos y cajas acústicas, que se disponen no sólo en el escenario, sino también elevadas en la tribuna del órgano y en la galería perimetral rodeando la sala y por tanto al oyente. Partimos a continuación de la primera obra del programa, Tombeau de Messiaen, para piano y electrónica, que se articula tímbricamente desde los preceptos del compositor francés, pero que rápidamente comienza a derivar hacia una textura mucho más rica y compleja por la intervención de electrónica y mesa de mezclas, que se sitúan en un lateral de la sala. Una primera distorsión aparece, y es que el espacio de la fuente sonora no es ya el del piano de concierto, sino también en este caso el de las cajas acústicas frontales. En segundo lugar, se establece no tanto un diálogo como una interacción entre solista y electrónica, que actúa modificando, alimentando el propio sonido del concertista, alargando notas, distorsionando timbre y matices, creando prolongados pedales sobre los que el pianista introduce su material sonoro heredado de los cantos de los pájaros y de esta manera alterando el espacio que tradicionalmente ha construido la materia sonora (no son desde luego anecdóticos los préstamos de vocabulario: el sonido, si bien no es materia, sí que hace uso de la materia para su generación y transmisión, y construye espacios tan reales como la arquitectura, solo que efímeros). ¿Cual es ahora la fuente sonora, dónde se encuentra el espacio musical en que se produce el sonido y dónde aquel en que se recibe? ¿Qué peso tiene el material sónico cuando se produce directamente como una vibración eléctrica sobre una membrana acústica, por tanto despojado de la gravedad que le infunde el contacto humano? Podemos decir que la búsqueda de Harvey es la de un sonido inmaterial, un sonido que se crea mediante y/o con ayuda de instrumentos electrónicos (lo que se manifiesta programáticamente en la interpretación en vivo) y que procura delimitar para trascender las condiciones habituales de materialidad de la música. Una búsqueda por sublimar las características físicas de los instrumentos que producen el sonido que lleva a una redefinición de los propios instrumentos y también a una redefinición de las relaciones espaciales entre intérprete y público, tanto en el nivel perceptivo por el espacio definido como por la intervención transparente u oculta de la técnica. Digamos: aparece un nuevo espacio, un espacio imaginal, en que el sonido musical delimita los contornos más allá del mero fenómeno auditivo.
De forma parecida pero más compleja, la segunda pieza del programa, para oboe y electrónica (originalmente para trompeta), se articula como un canon a varias voces en que el sonido recogido a través de micrófonos del oboe se entremezcla, aquí si de un modo canónico con el producido a partir de su propia textura tratada electrónicamente, intercalándose en igualdad de condiciones los sonidos de una fuente sonora y de otra y mezclándose en las cajas acústicas, si bien se individualiza el oboe con una altavoz propio colocado muy cercano a él. Varios niveles espaciales se interrelacionan: los del lugar que ocupa el intérprete y la mesa de mezclas y el equipo electrónico, los distintos altavoces y el oboe, el espacio acústico que media entre los espectadores y el solista, radicalmente ampliado en su potencia y alcance por la intervención de la amplificación (por cierto de un extrema calidad, prácticamente libre de ruidos parásitos). Pero también se han transformado los planos de trabajo del compositor, cuando su trabajo con la materia sonora ya no solo depende del instrumento empleado, y por tanto de su notación en papel, sino de la programación de instrumentos electrónicos (y por ejemplo de su almacenamiento digital).
Filamentos luminosos que se entrecruzan y llegan al espectador de un modo fascinante son casi la razón de ser de la pieza para violonchelo solista, de extrema dificultad, que establece de nuevo no una dualidad sino una fusión (Harvey es un profundo conocedor del pensamiento oriental, y parece orientar su música hacia una superación en términos espaciales de la oposición dualista de Occidente) entre esfuerzo y sonido (a pesar del uso de sonidos tanto pregrabados como creados en vivo a partir de la interpretación del chelista, la demanda virtuosística es de un esfuerzo físico abrumador, brutal incluso en la propia demanda física del intérprete: no es sin embargo paradójico ello, sino que de nuevo expone en sus dos vertientes la necesidad absoluta del dominio del medio técnico, que precisa de una conquista física en un caso e inmaterial o intelectual en el otro). Me interesa especialmente apuntar la indecidibilidad del lugar de creación del sonido, situado en un espacio intermedio (ese lugar imaginal, tomando prestado de H. Corbin una descripción del mundo intermedio espiritual derivado de la mística sufí de bases iranias) entre el instrumento (musical, por tanto regido por el hombre) y la electrónica, que si bien se interrelaciona con nosotros mediante una serie de interfaces, resulta definitivamente más difusa en su ubicación. El papel de la técnica ahora es por tanto múltiple, operando desde el elemental al más sofisticado, y tratando desesperadamente de suplir su transparencia (como decía Blumenberg) con el expediente de su presentificación. ¿Dónde está realmente el sonido? ¿Cómo es el espacio que define, que características perceptivas tiene un espacio ahora determinado por unos sonidos, por sus frecuencias y timbres no naturales sino electrónicos y por tanto irreconciliables con su fuente en términos visuales y espaciales: sabemos cómo suena un violonchelo, su timbre etc. y lo identificamos sin error, pero qué ocurre cuando es imposible esa verificación? ¿Que papeles se asignan ahora al intérprete, es decir, que lugar ocupa en la interpretación, creación y recepción de la obra cuando su participación ha quedado de esta manera transformada? ¿Que arquitectura es capaz de albergar esta nueva espacialidad? ¿Hay espacio musical si no hay artista sobre la escena, y cómo es ese espacio ahora?
Estas impresiones aparecen también en la ya citada Mortuos Plango Vivos Voco, que se articula sin embargo de un modo totalmente distinto, y que si no musicalmente si arquitectónicamente me parece la más interesante. Aquí, una obra puramente grabada cuyo soporte es la cinta magnética, un sinfín de planos distintos viene a superponerse para delimitar un espacio sonoro en múltiples capas de belleza subyugante. La obra parte de la grabación del sonido de las campanas de la Catedral de Winchester más la voz de un niño transformada electrónicamente. La primera distorsión espacial es que no hay interpretes sobre el escenario, de modo que la primera sorpresa es encontrarse, en el momento del inicio de la obra, desorientado por un sonido envolvente sin fuente física móvil y visible coherente: una desorientación que es clave en la percepción de un espacio que se va volviendo más y más laberíntico en su decurso (el laberinto que no es tanto la pérdida del camino como la equivocidad de cualquiera de ellos). A partir de aquí un muy hábil uso de las propiedades de la reproducción electrónica del sonido entra en funcionamiento. El sonido de las campanas de la Catedral de Winchester define un espacio que no es, mediante el uso de reverberaciones, ecos y resonancias, el de la propia sala donde se ejecuta (el que corresponde a sus medidas en planta y sección, a su diseño arquitectónico), como tampoco lo es el del lugar donde han sido grabados ni restituye la fuente sonora original. Es un espacio diferente, cuyos contornos arquitectónicos le son propios, y que si por ejemplo dibujásemos (lo que nos daría una medida más objetiva) veríamos como no coincide con el del lugar donde nos encontramos. A ello se le intercala una voz distorsionada, con periodos imitativos y otros de profundo dramatismo, con resultados por momentos similares al del más cromático madrigal italiano, que introduce un contrapunto emocional intenso al sonido de las campanas. Se sobrepone por tanto a este espacio acústico, ya hemos dicho que distinto al de la sala y distinto al del lugar de la grabación de la fuente original del sonido, un espacio si queremos sentimental, con referencias a un espacio apoyado en la tradición (el espacio físico y emocional que en las culturas tradicionales marca el sonido de las campanas de una iglesia). Queda finalmente definido un espacio amalgama de todos ellos, creado al interior del espectador, cuya realidad es tan efímera como el tiempo que dura la música y cuya deslumbrante belleza proviene de su estatus indefinible, intermedio, dotado de realidad propia. Un espacio a la vez profundamente teatral pero inmaterial, un espacio afectivo e inteligible simultáneamente, que se sitúa en la mente o mejor en el alma de cada oyente y que desde ahí de difunde por su cuerpo (es curiosamente una experiencia tremendamente física la de la escucha de la música de Harvey, y ese sería otro nivel espacial en que se sitúa y sobre el que actúa: el de una fenomenología del cuerpo de raíz merleaupontiana), un espacio que hace visibles y no sólo audibles realidades de otro modo inabarcables, un espacio siempre en proceso de devenir, de llegar a ser.
Cómo desde una percepción arquitectónica de la realidad podemos incorporar un espacio tan rico como el que propone Harvey es algo más que un reto: pero lo importante no es tanto convertir este espacio en arquitectura, sino de alguna manera convertir la arquitectura en materia tan lábil como la sonora. Se busca marcar un camino que no es ni mucho menos extrínseco a la disciplina, que no debe de obviar las investigaciones de la belleza de los sonidos ordenados que propone Jonathan Harvey, pero que sobre todo trata de reflexionar para redefinir los límites de la música o de la experiencia musical en términos netamente espaciales y en qué medida perfilan una nueva espacialidad arquitectónica. Parece entonces apropiado investigar desde un punto de vista arquitectónico una música que internaliza el uso de la electrónica y las tan manidas nuevas tecnologías tanto en su producción como en su re-producción, buscando definir, casi palpando al tacto un territorio que hemos denominado imaginal, cuya situación real no deja de ser evanescente y que sin embargo nos golpea con inusitada fuerza. Una música cuya arquitectura fenomenológica ahonda en una percepción ampliada, a la vez ideal y tremendamente corporal, que redunda en el postulado de un arte nuevo o de un espacio nuevo. Pero, ¿no es la arquitectura el arte del espacio?
martes, 14 de octubre de 2008
imagen : 4
¿Qué es lo que vemos cuando vemos una imagen? ¿Qué vio Gorgona cuando acaso se vio en el escudo de Perseo, que es también el de Atenea, en el espejo que Atenea le ofreció junto con su escudo, si es que escudo y espejo no son la misma cosa? (Como siempre, todo esto se le debe a Julián Santos Guerrero, espero que con su permiso) ¿Por qué Perseo hubiese podido sostener la mirada de Medusa, la más fiera de las Gorgonas si la hubiese visto mediante o a través o en el espejo, y además, qué parte del escudo era reflectante, es decir, cómo se aproximaba Perseo, mirando al interior o al exterior de su escudo? ¿Qué poder o qué no poder tiene entonces la imagen reflejada que impide la petrificación pero que hace espantarse a la propia Medusa al verse, si es que pudo verse antes de perder, literalmente, la cabeza? ¿Qué necesidad tenía Atenea de incorporar, luego, la imagen de Medusa a su escudo, a la égida y cómo era antes este escudo imperfecto de la diosa que carecía del poder de la mirada? Y además, como parece resultar de una imagen en un vaso de Apulia (ca. 400-385 a.c., en el museo de Bellas Artes de Boston) ¿Es que no es acaso el reflejo de la cabeza de Medusa lo que se imprime en el escudo, es decir, una imagen de imagen y no la cabeza en sí misma? ¿Y por qué el método para escapar de Perseo fue el de la invisibilidad, el de la conversión de la imagen petrificada, horrorizada en la imagen de lo invisible, en la desaparición de la imagen? ¿Qué hay en el poder de la imagen para producir tanto espanto y tanto horror, como para petrificar aquello que mira a lo que no puede sino dejarse mirar? ¿Qué filmaba la cámara aterrorizada pero impasible de Zulueta en Arrebato? ¿Qué espejo, que fuga en espejo y que abismo se abre ante nuestra mirada cuando recorta una imagen, cuando fija una imagen, cuando produce una imagen y deja entonces inevitablemente fuera aquello que sustancia la imagen, aquello que reproduce, si es que lo hace, fielmente? ¿Y el rostro? ¿Por qué máscara y persona parecen compartir el mismo origen? ¿Y por qué la arquitectura de hoy en día parece depender en su proyecto y en su realización tanto de la imagen, quizás solamente de la imagen, de esta imagen, de esta mirada espantosa que no hace sino petrificar, convertir en piedra sólida lo que no son sino vibraciones de luz en la pantalla de un ordenador, imágenes reflejadas? ¿Es la mirada del arquitecto la de Medusa, la que petrifica, la que corporiza una imagen?
José Vela Castillo
lunes, 13 de octubre de 2008
imagen : 3
Dice Alberti en su De la pintura que en un espejo se ven más los fallos de una pintura, pero que si esta es buena en su reflejo lo es aún más. El reflejo, o el espectro de la pintura, el doble al otro lado del espejo pero en este mundo, queda unido por un fulcro, por la visagra de la invisibilidad. Si pegamos mucho el espejo, nada vemos, pero según apartamos, cuidadodasamente un superficie de la otra, aparece un mundo... nuevo, o al menos, visto de otra manera, que nos habla, no como la huella que dejamos en la arena de lo que hay en este mundo, sino como la ceniza no consumida de un origen sin origen.
José Vela Castillo
domingo, 12 de octubre de 2008
Imagen : 1
Si al menos supiéramos qué es una imagen, de qué es imagen una imagen, si pudiéramos al menos establecer una filiación de la representación que nos llevase con seguridad a aquello de lo que la representación no es sino vuelta a la presencia, si nuestros castos ojos pudieran levantar la mirada, y sostenerla, sobre aquello que, por su naturaleza, solo puede producirnos horror, el horror que somos nosotros mismos devueltos en la imagen de un espejo, quizás no quedaríamos paralizados por lo absolutamente distinto de la imagen, por el horror que emana de su separación abismal, también por su incómoda familiaridad, y seríamos capaces de destejer la maraña de imágenes que hoy nos puebla con sus fantasmas.
José Vela Castillo
jueves, 9 de octubre de 2008
iJam
se me ocurren muchas aplicaciones al producto, y todas buenas. Es importante ver la sección "solucionador de problemas" del manual. Enjoy it!
José Vela
http://www.ijam.es/
sábado, 4 de octubre de 2008
pensar con la cabeza
Pensar con la cabeza se refiere a la imagen que ilustra este post, el palazzo Ruccellai de Alberti. Ahora que estamos tan interesados en el control absoluto de nuestros proyectos arquitectóncios y de las obras que de ellos se siguen, en gran medida por las sofisticadas técnicas de control que poseemos a través del medio digital, no se si es refrescante (palabra tan de moda) o preocupante saber que Alberti, y hablamos del siglo quince, ya lo hacía. ¡Y cómo lo hacía! Es conocido que Alberti no construia sus proyectos, si por esto entendemos el seguimiento y puesta en obra de los mismos; si Tafuri cifraba el inicio de la arquitectura moderna (así dicho es engañoso, me refiero más bien del concepto moderno y aún actual de arquitecto o de proyecto de arquitectura como documento que registra los pasos, unívocos, a seguir para construir el edificio, y por tanto con independencia de la o las personas que trabajen en el proceso) en El Escorial, con su unidad plena de concepción y obra alargada en varios años y tras la muerte de su artífice (Juan Bautista de Toledo), es obvio que las obras de Alberti ya funcionaron de esta manera.
Lo impresionante es el control sobre el detalle que muestra esta imagen del Ruccellai: ¿es que a alguien hoy no le gustaría poder hacer un muro como ese? (bueno, seguro que a muchos, pero entonces probablemente no estemos hablando de arquitectura, mr. and miss. flower power) La textura que ofrecen los cortes de la piedra, que parecen más bien incisiones sobre un muro terso previo que las juntas exquisitas de una perfecta estereotomía (nada de cortes CNC aunque lo parezcan), la modulación exacta en las hiladas que permite el ensamblaje de los huecos, el delicado juego compositivo (sí, compositivo) de las divisiones horizontales y verticales del paramento, la sofisticada respuesta al viejo juego de repetición y diferencia (que creemos tan Deleuziano, y es que a Deleuze también se le lee tantas veces mal o al menos superficialmente, y si bien estoy seguro que a él le hubiera gustado esa lectura superficial, de superficies y capas, su conocimiento de la historia era cuando menos tan importante como el del simulacro de la misma)... en fin, todo. Es decir, TODO. No, no se... lo de la cabeza, es verdad. Claro que el aparejador que debió de tener tenía que ser la bomba, pero lo que me sigue poniendo, mas allá o más acá del sensual tacto que se desprende del pasar la mano del ojo por la superficie del muro, es el control de lo complejo desde lo sencillo, que tanto Alberi desde su ojo alado y su mano que piensa hasta los on/off del código binario consiguen poner en marcha la belleza de la creación de lo natural.
En fin, que intentaré seguir el rigor albertiano al pensar un proyecto, al tenerlo en la cabeza, y al intentar contarlo, y que intentaré, también, que ninguna técnica de proyecto se convierta en LA técnica de proyecto, siendo consciente sin embargo de que todo proyecto es no otra cosa que el resultado de aplicr una técnica: techne que es inseparable de nuestro habitar el mundo desde que descubrimos y fuimos conscientes, seguramente antes de que habláramos de dos cosas: que podemos modificar el entorno que nos rodea mediante su manipulación, y que podemos representarlo mediante su dibujo, es decir virtualizarlo pero es decir, también, inseparablemente, fetichizarlo.
José Vela Castillo
domingo, 28 de septiembre de 2008
barcelona / madrid
Madrid
Firmas Por Andrés Ibáñez.
Durante un fin de semana pasado en Barcelona, uno participa en diversas reuniones y conversaciones informales. Y escucha cosas como que Barcelona es una ciudad ya totalmente moderna y «europea», mientras que Madrid sigue siendo muy «española», por lo cual debemos entender «sucia y casposa». Que en los bares de Madrid se tiran los papeles y las cáscaras de las gambas al suelo. Uno dice tímidamente que eso ya no pasa, pero es recibido con un coro de europeas carcajadas.
¿Será esto cierto? ¿Será verdad que en Barcelona sigue en pie la idea de que Madrid es una ciudad atrasada y cerril, el «poblachón manchego» del dictum famoso? Lo curioso es que mis amigos barceloneses están también muy orgullosos del cutrerío y la suciedad de su barrio chino, y todos lamentan que el Raval ya no sea un lugar maloliente y lleno de tugurios como lo era antes. ¿De modo que la suciedad en Madrid es cutre, pero la suciedad en Barcelona es glamourosa? ¿En qué quedamos? Mi impresión de Barcelona, siempre que voy allí, es que se trata de una ciudad muy sucia y descuidada.
En un lugar tan lejano como Singapur, la amable gerente de un hotel me dijo no hace mucho que le gustaba más Barcelona que Madrid (había estado dos días en cada ciudad) porque Barcelona era una ciudad más «vibrante» mientras que Madrid era simplemente la capital administrativa. «Es como Ankara y Estambul, en Turquía», me explicó amablemente. Si esta idea peregrina ha logrado llegar hasta el extremo más oriental de Asia, es evidente que está bien extendida. La Generalitat catalana siempre ha sabido proyectarse bien al exterior.
¿Qué país? Woody Allen ha rodado una película en Barcelona pero jamás rodaría una en Madrid. Los catalanes han logrado convencer al mundo de que Barcelona es la verdadera «capital cultural» del país, una ciudad europea, dinámica, moderna y enormemente excitante. Y es cierto que Barcelona es una gran ciudad europea, dinámica, moderna y enormemente excitante, aunque no sea, ni pueda serlo ya, la «capital cultural» del país (¿de qué país?), ni sea en modo alguno una ciudad más «europea» que Madrid. Pero nadie proyecta ni vende Madrid al exterior. El encargado de hacerlo debería ser el Gobierno central, pero una campaña de promoción de las excelencias de Madrid sería algo muy mal visto. Nadie se atrevería a hacer tal cosa.
De todos. Almudena Grandes especulaba en un artículo que el PSOE había abandonado todo intento de ganar las elecciones municipales y autonómicas en Madrid porque no desea realmente gobernar en Madrid. No es que el PSOE sea incapaz de encontrar candidatos de más talla para luchar por el Ayuntamiento y la Autonomía de Madrid, dice la escritora, sino que desea perder para no parecer «centralista» y poder jugar así bien su papel de amigo de los nacionalistas. Madrid, para la izquierda, no mola.
Otro artículo reciente: Suso de Toro denuncia la aparición de un hipotético nacionalismo madrileño o «centralista» con ribetes xenófobos y reaccionarios, y afirma que Madrid debería ser «de todos». No podemos estar más de acuerdo: Madrid debería ser de todos, y es ciertamente de todos. Pero supongo que Suso de Toro también pensará que La Coruña (ciudad que nombro en el idioma en que escribo, del mismo modo que diría Londres y no London, o Moscú y no Macbá), o Bilbao, o Barcelona, han de ser «de todos». ¿No es así? ¿O no? ¿Cómo funciona la cosa?
Madrid es el único lugar de España donde no hay nacionalismo. En Madrid, a nadie le importa en qué ciudad han nacido las personas que le rodean a uno. Cuando se hacen proyectos artísticos (son los que conozco), nadie se preocupa si los que participarán en ellos son de Madrid o de otro sitio. Al contrario de lo que sucede en otras autonomías, los madrileños no tienen puntos extra en las oposiciones realizadas en Madrid. Madrid es, verdaderamente, de todos. Pero todo el país debería ser de todos.
Madrid es la ciudad más grande, más moderna, más rica culturalmente y más cosmopolita de España. Es lógico que sea así, puesto que es la capital. Es además una ciudad bellísima, amplia y limpia, majestuosa y poética, de avenidas arboladas y cielos siempre despejados. Pocos ven esta belleza de Madrid, y los que la ven no se atreven a hablar de ella. Muy pocos lo han hecho: Juan Benet en Otoño en Madrid hacia 1950, Juan Ramón Jiménez en La Colina de los Chopos?
miércoles, 24 de septiembre de 2008
vibraciones DEL vacío
Jose Vela
El vacío y la nada
Saquemos los muebles de la habitación, apaguemos las luces y vayámonos. Sellemos el recinto, enfriemos las paredes al cero absoluto y extraigamos hasta la última molécula de aire, de modo que dentro no quede nada. ¿Nada? No, estrictamente hablando lo que hemos preparado es un volumen lleno de vacío. Y digo lleno con propiedad. Quizás el segundo más sorprendente descubrimiento de la física es que el vacío, aparentemente, no es la nada, sino una substancia. Aunque no como las otras...Simulación de cómo el detector CMS del LHC vería una colisión protón-protón vista en el plano transversal a los haces de protons, extendida a las partes más externas del detector. Las trazas rojas son reconstrucciones de las trayectorias de los muones y las columnas de color rosa reflejan la energía de los electrones, medida por una sección específica del CMS.- CERN-CMS
Un buen día Einstein se enteró de que el universo estaba en expansión. Así lo demostraba la fuga de las galaxias, observada por Edwin Hubble y otros. O más bien por otros y Hubble: a menudo en la ciencia lo importante no es ser el primero, sino el último, que es quien se lleva la fama (como en otros campos; véanse Colón y los vikingos, o los indios que ya estaban allí). Inmediatamente, el tío Albert calificó su idea como el mayor patinazo de su vida.
Recientes observaciones cosmológicas indican que el universo está en expansión acelerada. Las galaxias no se comportan como flechas, sino como cohetes a los que algo empujara. La analogía no es buena, porque el concepto es difícil. Las galaxias no se fugan, están ya estabilizadas por su propia gravedad y tienen un tamaño fijo. Pero el espacio (o el vacío) entre ellas, se estira. Es como si alguien tomase la Tierra por un globo y la inflara: mañana estaría Barcelona aún más lejos de Huelva. Quién infla el universo sería la densidad de energía del vacío. El vacío sería pues una substancia activa, capaz de ejercer una repulsión gravitacional, incluso sobre sí mismo. No fue un error, sino un golazo de Einstein.
La Constante Cosmológica presenta un aspecto tranquilizante. Si domina la dinámica del universo ahora, lo hará en el futuro durante muchísimo más tiempo que los meros 14.000 millones de años transcurridos desde que este cosmos nuestro nació. Un bebé bien pertrechado, con sus propios espacio y tiempo y hasta su propio vacío, que -según la muy bien confirmada relatividad de Einstein- nacieron con él. La actual inflación del universo implica, perdóneseme el galicismo, que no se nos va a caer el cielo encima. Mala noticia para futuros cosmólogos. Las galaxias distantes estarán tan lejos que no podrán ni verlas. Tendrán que estudiar cosmología en libros de historia.
Si el vacío contiene algo de lo que no lo podemos vaciar (su densidad de energía), quizás ese algo pueda hacer algo más. Al menos eso supusieron, hace décadas ya, Peter Higgs y otros. U otros y Higgs, podría de nuevo argüirse; lo que no haré. La substancia del vacío, llamada en el variopinto lenguaje de los físicos un campo que lo permea, podría interaccionar con las partículas que allí estén. E interaccionar de modo distinto con cada tipo de partícula, generando así sus masas, que hacen que sean como son. Ése es el origen de las masas en el Modelo Estándar de las partículas elementales, que explica con éxito insoportable sus otras propiedades e interacciones no gravitatorias. Dije insoportable porque a los científicos nos soliviantan más las preguntas que las respuestas.
La substancia del vacío daría así contestación a dos muy candentes cuestiones de la física, una en el extremo de lo más grande -el cosmos- y otra en el de lo más diminuto, las partículas elementales que -por definición- son tan pequeñas que, si tienen partes, no lo sabemos.
He empleado algunos condicionales porque no todo lo que he escrito está ya probado observacionalmente de manera irrefutable. ¿Por dónde van hoy los tiros? Los cosmólogos tienen proyectadas muchas observaciones para averiguar si la expansión acelerada del universo se debe a la energía del vacío, tal como la intuyó Einstein, o a algo que sólo se le parece. Los particuleros están poniendo en marcha el Large Hadron Collider (LHC) del CERN para, entre otras razones, estudiar el vacío a lo bestia: sacudiéndolo.
Al sacudir una substancia cualquiera, vibra. Las vibraciones de campos eléctricos y magnéticos, por ejemplo, son la luz. A un nivel elemental, las vibraciones son cuantos, entes que pueden comportarse como ondas (u olas) o como partículas (o canicas): fotones, en el caso de la luz. Si el vacío es una substancia, la podemos también hacer vibrar. Basta sacudirla, como hará el LHC, con energía suficiente como para transformar la energía de sus colisiones en partículas de Higgs que, si existen, tienen una masa elevada... y E=mc2, alguien dijo.
La partícula de Higgs -el vacilón, podría decirse en castellano- es una vibración del vacío, no en el vacío, como las demás. Sería, pues, lo nunca visto. Aún así, Higgs preferiría que no bautizasen a su partícula goddamned particle [partícula maldita] o God particle [partícula divina], adjetivos poco científicos.
El vacío siempre fascinó a los físicos. Hace un siglo se trataba del éter, la interpretación del vacío como la trama del espacio absoluto, que la teoría de la relatividad envió al garete. El éter no estaba apoyado por ninguna teoría decente. Un siglo después, las nuevas teorías del vacío son lo más razonable y mejor comprobado que tenemos. Pero hay un pequeño gazapo en lo que he dicho. Creemos entender el Modelo Estándar suficientemente bien como para estimar cuánto el campo de Higgs debería de contribuir a la densidad de energía del vacío observada por los cosmólogos. El resultado es unos 54 (¡cincuenta y cuatro!) órdenes de magnitud superior a las observaciones. Tiene su mérito incurrir en tamaña contradicción.
Si investigamos es porque no sabemos la respuesta y la naturaleza, sí: las cosas son como son. El vacío es lo que mejor no entendemos. Ni siquiera comprendemos aún a fondo la diferencia -haberla hayla- entre el vacío y la nada.
Álvaro de Rújula es físico teórico del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN).
El País, 24/09/2008